Thursday, June 25, 2009

Reencuentro

Ha sido tanto tiempo,
Musa perdida.
Hace mucho, el amor.
Ahora, la nostalgia marchita.

Te veré llegar ajena,
como siempre lo fuiste,
y la frialdad amable,
se volverá latente.

Sentiré a mi amiga,
revivir de las cenizas,
y sonreire al decirte,
¡fue hace tanto, marchita!

Traerás tal vez en la mente,
toda mi mala poesía,
y yo sonreiré complaciente,
en mi interna alegría.

Sopesarás mi pensar,
evaluarás mi estado,
haz oído rumores,
de que me he marchitado.

Yo torceré el gesto,
como quien mece la cuna,
me mostraré sereno,
ante mi ira que cunda.

Solo te diré palabras,
que suenen cual tristes ecos,
tu ya me habrás olvidado,
en los vericuetos del tiempo.

Yo recordaré tus cartas,
tan vacías en tu silencio,
recordaré las tardes,
en que ignoraste mi cuerpo.

Me hundiré en el consuelo,
de que al final no fue eterno,
que te dejé hace mucho,
tan largo y cruel, tiempo.

Y tú jamás sospecharás,
que mi crudo silencio,
aún se pregunta a veces,
si renacerás en el tiempo.

Sunday, June 21, 2009

Sobre la ciudad

Cada día veo mi ciudad ponerse un poco más gris. Veo una nueva carretera, un nuevo poste de luz. A mi alrededor, los árboles caen con sus silenciosos gritos, en medio de sollozos completamente callados. Todo a mi alrededor, se está volviendo gris.

De pequeño, en mi inocencia, soñaba con el día en que mi conciencia se termine de formar, y pueda discernir y apreciar el mundo a mi alrededor. Soñaba siempre con las tardes frescas, leyendo libros a la sombra de un fuerte árbol, de tronco grueso y hojas de un verde muy vivo. Soñaba con el aullido de los lobos en la lejanía de las montañas, en el rumor frío de los ríos al cruzar velozmente por entre el pasto verde, cargado de rocío. Soñaba con la luz de la luna pintando de plateado los campos nocturnos.

Soñaba que mi día sería hermoso. Me recordaría temprano, con el sonido de los gallos cantanto en discordante barullo desde mi pueblo y los pueblos cercanos. Me tomaría un vaso de leche (aunque la odie) y saldría a escribir poemas con el alma adormecida.

Pero al crecer, me percaté que en mi ciudad habían cada vez menos árboles. El color marrón de la tierra y el verde de las plantas, los arbustos, el pasto y los árboles, se marchaba en silencio, desplazado por nosotros los humanos, que llegamos como intrusos a tomar el suelo que por tanto tiempo fue suyo. Los animales también, se fueron alejando, alejando, sin quedar más que las golondrinas en los cables del teléfono.

A veces, me pongo a pensar en los últimos rezagos de naturaleza en medio del mar de gris cemento. Pienso en si las ramas de los árboles no se sentirán incómodas al tratar de bordear la tierra bajo la capa de duro concreto. Si las patas de los pájaros, acostumbradas al suave rozar del césped o los mullidos retazos de tierra en medio del verde pasto, no estarán ásperas y curtidas por el tacto rústico y cruel del cemento.

Y por último, pienso, en que gracias a Dios, los hombres no dominamos el cielo, porque de ser así, no tendríamos ya las nubes, ni la luna, ni las estrellas, ni nada de lo que nos hace soñar y nos da esperanzas.

Mi sueño de niño era vivir rodeado de naturaleza, ahora, siento que poco a poco voy tomando yo mismo el tono gris que me rodea. No soy ni blanco ni negro. No soy verde como un gran prado. No soy azul como el mar inmenso. No soy rojo como una rosa silvestre. No soy amarillo como un sol que se puede ver claramente en el horizonte. No soy de los colores de una vida llena de paz. Me voy convirtiendo, muy a mi pesar, en parte de esta masa gris que llamamos ciudad.