Thursday, July 02, 2009

Insomnio

Llega la noche y el terror cunde en mi alma. Todo el momento de soñar no está, toda la vida se concentra en evadir la somnolencia con que Morfeo domina al mundo al esconderse el sol en el horizonte. Miro fuera de la ventana frente a mi lecho, y lo único que veo es la Luna pestañear graciosamente para mí, invitándome a contemplarla y no rendirme en los sueños que me esperan, desesperados de llegar a mí, con sus premoniciones y encantos.

Mi familia duerme. Mis amigos duermen. Mi mundo entero duerme. Y yo solo me paseo, arrastrando mis cadenas, por entre los pasillos de mi casa, sin rumbo fijo, tratando de alivianar la carga fatua de mis pensamientos, intentando abrir por fin una hendidura en la pared de concreto del insomnio, para que el sueño deje por fin a mi alma descansar de mi pesar. Pero no puedo.

Parece tanto tiempo desde que saludé por última vez al sol de buena gana. Mi piel se aclara, palidece, a falta del calor del astro rey carcomiéndola diariamente. Ya no puedo ver directamente al cielo, y la luz me enceguece sin que pueda evitarlo. Me estoy acostumbrando a las sombras, como si se extendieran por entre las carcomas de la tristeza de mi abandono y mi soledad. Y durante el día, por fin, duermo, pero duermo un sueño extraño, un sueño intranquilo, sin las vívidas imágenes del futuro y los vericuetos inclementes y terroríficos de las pesadillas. Duermo un sueño fatal, obligado, impío. Un sueño inerte, maldecido por la vida que a mi alrededor despierta y al cual no llega a calentar el sol. Duermo lejos de la luz, en un lecho oscuro y vacío.

Y despierto. Me encuentro frente a la desesperación. ¡Otra vez! ¡Otra vez es al insomnio a quien miro al rostro! Sus ojos rojos me fulminan nuevamente y puedo ver su sonrisa maligna vanagloriarse conmigo, su más grande condenado. Busco fuera el socorro de la luz, pero el sol hace mucho se ha marchado, seguramente molesto y decepcionado, de que no acudí a la cita en que me mostraría una vez más la vida que gira a mi alrededor mientras duermo mi mal sueño en el día. Vuelvo mi rostro de vuelta a las cuatro paredes que rodean mi lecho, y me levanto y tomo mis cadenas, mis pensamientos más sombríos, y continúo existiendo entre las sombras, la soledad y el hastío. Tomo la pluma y escribo versos. Creo por entre la maligna oscuridad de la noche sin luna, miles de sentimientos en formas extrañas plasmadas con tinta. El insomnio pasa su mano por mi espina y me consuela en su tristeza por no poder apartar sus garras de mi alma.

Y otra noche yo deambulo por los pasillos de mi casa, con las sombras en mis ojos volviéndose tan negras como la noche. El brillo de mis ojos se asemeja a la luna. Las estrellas son las dagas que el insomnio pone frías sobre mi cuerpo marchito. Se que nunca saldré de este insomnio maldito, que me carcome el alma, pero mientras, aprovecho, me salvo, me consuelo, al saber que pago mis muchos sueños perdidos, con los muchos versos que al mundo hacen falta. Tal será mi destino, y aunque muera en medio de la noche, completamente vacío y pálido entre la sombras, sabré que en mi soledad, el insomnio fue mi camino, que al recordar sus ojos rojos, mirándome vacíos, sabré que los versos que escribo no carecen de sentido.